Operación “Rising Lion”: ataque masivo de Israel deja 78 muertos en Irán


Israel ejecutó el mayor ataque aéreo de su historia reciente contra Irán, bombardeando instalaciones nucleares y asesinando a figuras clave del régimen. Irán anuncia represalias y el mundo se asoma al borde de una guerra de gran escala.

En la madrugada las sirenas sonaron en Teherán. Pero ya era tarde. Más de 200 aeronaves israelíes cruzaban el espacio aéreo iraní en una ofensiva aérea sin precedentes. Su misión era clara: destruir el programa nuclear de Irán y asesinar a quienes lo lideraban.

La operación, bautizada como “Rising Lion”, se ejecutó en cinco oleadas y golpeó con precisión 97 objetivos estratégicos. Las explosiones estremecieron las ciudades de Natanz, Khondab, Isfahán y Khorramabad. Allí estaban los centros de enriquecimiento de uranio, las plantas donde Irán producía el combustible que, según Israel, lo acercaba a fabricar una bomba atómica.

No hubo advertencia ni tiempo para reaccionar. El bombardeo fue quirúrgico. Al amanecer, el saldo era devastador: 78 muertos y más de 320 heridos. Pero el verdadero golpe estaba en los nombres. Hossein Salami, comandante de la Guardia Revolucionaria. Mohammad Bagheri, jefe del Estado Mayor. Amir Ali Hajizadeh, líder de la fuerza aeroespacial. Todos muertos. También cayeron los científicos nucleares Fereydoon Abbasi y Mohammad Mehdi Tehranchi, los cerebros detrás del programa atómico.

Israel no lo ocultó. El Ministerio de Defensa calificó el ataque como “preventivo” y justificó la acción señalando que Irán había superado los límites impuestos por la AIEA al enriquecer uranio al 60 %, una cifra cercana al umbral armamentístico. El primer ministro Benjamín Netanyahu lo dijo sin rodeos: “No vamos a esperar a que Irán tenga la bomba. Lo detendremos ahora”.

La respuesta de Irán fue inmediata. El país entró en estado de emergencia nacional, cerró su espacio aéreo y movilizó tropas. Al mismo tiempo, lanzó más de 100 drones armados con dirección a Israel. El contraataque estaba en marcha.

La Guardia Revolucionaria publicó un comunicado contundente: “Esto es un crimen de guerra cometido con la complicidad de Estados Unidos”. Washington, aunque negó participación directa, admitió haber sido informado previamente. El expresidente Donald Trump fue más allá y celebró el ataque: “Esto es solo el comienzo”, escribió en sus redes sociales.

En pocas horas, la tensión regional escaló a una nueva dimensión. No se trata de un cruce de misiles en la frontera o de un operativo encubierto. Es un ataque frontal, masivo, con muertos de alto perfil. Es una guerra declarada por aire, con consecuencias aún incalculables.

Los analistas internacionales hablan de una operación que cambia las reglas del juego. Israel no solo bombardeó instalaciones; desmanteló —literalmente— la estructura de mando del aparato nuclear iraní. Y al hacerlo, activó la reacción de un régimen que, pese a las pérdidas, promete venganza.

En las calles de Jerusalén se respira euforia nacionalista. En Teherán, furia y luto. En las capitales del mundo, preocupación. El precio del petróleo se disparó y las bolsas cayeron. La guerra ya no es una posibilidad, es un hecho en desarrollo.

Rising Lion no fue solo un bombardeo. Fue una declaración de guerra con nombres, coordenadas y consecuencias. Israel golpeó primero. Irán promete responder. Y el mundo entero se pregunta cuánto costará esta nueva etapa del conflicto.


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