Murieron por sus hijos: las tres madres victimas que deja este año violencia narco en Magdalena


En medio del conflicto entre el Clan del Golfo y las Autodefensas Conquistadores de la Sierra, ya tres madres han muerto al quedar en la mitad de la guerra criminal. No importaron las balas, los errores ni los señalamientos: ellas se interpusieron y pagaron con su vida.

En el norte del Magdalena ya no solo mueren sicarios o cabecillas en la guerra por el control del narcotráfico. También mueren madres. Madres que, pese a los errores de sus hijos, eligieron salvarlos. Que no corrieron, no gritaron ni huyeron, sino que se quedaron en medio del fuego cruzado para convertirse en escudos humanos. Madres que murieron por amor.

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La primera de este año fue Raquel Charris, en Orihueca, corregimiento de la Zona Bananera. La tarde en que fue asesinada hablaba tranquilamente con su hijo Julio Piña frente a su casa. Los sicarios llegaron por él, pero ella, al ver el arma, se interpuso. No gritó ni retrocedió. Se lanzó hacia su hijo y recibió los disparos. Murió protegiéndolo. Julio sobrevivió, con el cuerpo herido, pero el alma marcada para siempre.

La abuela que se llevó la violencia
En Santa Marta, el horror llegó de madrugada. En el barrio El Pando, hombres armados fueron a buscar a «El Mono«, un hombre vinculado al Clan del Golfo. No lo encontraron. Pero en su lugar, dormía, Inés Mercedes Manga Rodríguez, de 94 años. La abuela de la familia, anciana, indefensa, ajena a los códigos de venganza. Aun así, le dispararon con fusil. Murió en su cama. La mataron por ser su familia. Fue la tercera pérdida que el hombre sufre por su pasado: antes ya le habían asesinado a dos hijos.

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Otra madre ultimada por asesinos
Otro caso desgarrador ocurrió en la madrugada de este jueves en Buenos Aires, corregimiento de Aracataca. Los asesinos entraron a la fuerza a la casa de Yassir Martínez, un joven señalado por sus vínculos con estructuras armadas ilegales. Su madre, Elizabeth Martínez, escuchó el caos y salió de su habitación. Se interpuso, rogó. Pidió que no mataran a su hijo. Pero sus palabras no valieron nada. Le dispararon a ella primero, luego a Yassir. Los mataron a ambos, allí mismo, frente a su familia, frente a una comunidad paralizada por el miedo.

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Las historias se repiten. Cambian los nombres, los pueblos, las armas. Pero el patrón es el mismo: madres que lo dan todo, incluso la vida, por hijos que eligieron caminos oscuros. Madres que no juzgan, que no abandonan, que no preguntan. Que solo aman. Que se convierten en el último refugio, en la última barrera entre la muerte y sus hijos. Aunque eso les cueste morir.

Estos hechos estremecen a todo el Magdalena. No solo por la violencia sin límite, sino por el valor silencioso de estas mujeres. Porque en una guerra donde todo parece perdido, ellas siguen demostrando que el amor de madre no conoce de miedo ni de balas. Solo sabe de entrega.
Y aún así, nadie las protegió a ellas.


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