
“Estuvo muerto siete minutos y volvió”: el patrullero que lucha por su vida dos años después de ataque con papa bomba
El patrullero cienaguero de la Policía Nacional, quedó en estado vegetativo tras ser impactado por una papa bomba en disturbios en la Universidad Nadional de Bogotá. Su familia, sin apoyo estatal ni acceso pleno a servicios médicos, se aferra a la fe para mantenerlo con vida.
Hace casi dos años, el patrullero Jhon Freddy Rodríguez Sandoval murió durante siete minutos. Una papa bomba, lanzada durante disturbios en la Universidad Nacional de Bogotá, le destrozó el cráneo, le borró los recuerdos y lo desconectó del mundo. Pero no fue suficiente para llevárselo. Lo reanimaron en urgencias, y desde entonces respira… por fe.
Jhon Freddy, oriundo de Ciénaga, Magdalena, tenía 33 años cuando su historia se partió en dos. Aquel 8 de junio de 2023, fue asignado junto a su escuadra de la Unidad de Diálogo y Mantenimiento del Orden (Undmo) a controlar una manifestación que terminó en violencia. La explosión lo dejó inconsciente al instante. Fue trasladado de urgencia y declarado clínicamente muerto por varios minutos. Contra todo pronóstico, volvió. Pero nunca más fue el mismo.
Su familia se aferra al milagro
Desde entonces permanece en estado vegetativo. No camina, no habla, no puede moverse por sí mismo. Pero su familia se aferra a cada gesto leve, a cada suspiro o parpadeo como prueba de que “sigue aquí”.
“Él nos escucha. No estamos locos. Cerró los ojos cuando le puse una canción que cantaba de niño. Eso no puede ser casualidad”, dice su padre, Freddy Rodríguez Peña, quien junto a su esposa Piedad Sandoval, cuida de él las 24 horas.
Banco bloqueó el salario del uniformado
Dejaron todo atrás para convertirse en sus enfermeros, fisioterapeutas, psicólogos y soporte emocional. Viven para él. Pero no les alcanza.
La Policía le sigue consignando su salario, pero no pueden tocarlo. El Banco Popular bloqueó el acceso pese a una orden judicial que les da la razón. Tampoco cuentan con el respaldo institucional que esperaban. Aseguran que las terapias que su hijo necesita les han sido negadas, con el argumento cruel de que no hay nada más que hacer.
“No es justo. No pedimos favores, pedimos lo que le corresponde. Nos sentimos abandonados”, reclama Freddy, con impotencia.
La familia sobrevive en Bogotá, lejos de su tierra natal, porque el miedo a que el sistema de salud en Ciénaga no esté preparado los paraliza.
“Aquí ya es difícil. Allá podría ser el fin”, confiesan. El costo es altísimo: emocional, económico y físico. Pero lo asumen, convencidos de que hay una mínima posibilidad de recuperación.
Para ellos, cada día es una batalla. A veces sin medicamentos, a veces sin saber cómo pagar la alimentación especial, pero siempre con esperanza. “Si Dios lo trajo de vuelta después de estar muerto siete minutos, ¿cómo no vamos a creer en un milagro más?”, repiten con firmeza.
Jhon Freddy no emite palabras, pero su presencia sostiene la lucha de su familia. Dos años después, el patrullero que soñaba con servir y proteger al país resiste, no por los cuidados del Estado, sino por la fuerza de una familia que se niega a rendirse.
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