Detalles de la tortura a menor en Taganga: la quemaron, raparon y cortaron sus cejas


El cabello, símbolo espiritual de la comunidad wayuu, fue arrancado en un acto de humillación cultural. El responsable, un extranjero, fue capturado en el aeropuerto de Cartagena.

En una habitación del hostal Chillin Spot en Taganga, la menor wayuu de 13 años fue hallada amarrada de pies y manos, rapada, sin cejas, y con marcas de quemaduras que no solo afectaron su piel, sino también el espíritu de una comunidad que lucha por preservar su identidad frente a un mundo que muchas veces no la entiende.

El hallazgo ocurrió cuando los propietarios del inmueble, al retomar el control tras la finalización del contrato de arrendamiento, abrieron la puerta de la habitación para encontrarse con una escena digna de una pesadilla. Ahí estaba ella, inmóvil, con los ojos hundidos en el vacío de un sufrimiento incomprensible. No pasó mucho tiempo antes de que la noticia sacudiera el corazón de un corregimiento que se ha enfrentado ya a demasiados fantasmas.


El cabello: una herida espiritual

En la cosmovisión wayuu, el cabello es más que un atributo físico; es un hilo que conecta a la persona con sus raíces, su espiritualidad y su comunidad. 

Al rapar a esta niña, el agresor, un canadiense identificado como Andy Asselin, no solo le arrebató un símbolo de su identidad, sino que infligió una herida cultural que reverbera entre los miembros de su etnia.

“Esto no es solo una agresión física, es un ataque contra nuestra esencia como pueblo”, señaló con indignación un líder wayuu radicado en Taganga. Para ellos, la mutilación del cabello no es un castigo menor: representa una humillación profunda que busca despojarlos de su dignidad.

El verdugo y su captura

Andy Asselin, quien había abandonado el hostal y el país tras perpetrar el crimen, fue capturado en el aeropuerto internacional Rafael Núñez de Cartagena cuando intentaba regresar a Colombia. Sobre él pesaba una notificación azul de Interpol, y ahora enfrenta cargos de secuestro simple agravado. La captura trajo un respiro, aunque fugaz, a una comunidad que aún lidia con las preguntas sin respuesta que deja el horror.

La cicatriz de un pueblo

Para Nelson Briseño, presidente de la Junta de Acción Comunal de Taganga, este caso no es solo un golpe a la víctima y su familia, sino a toda una comunidad que busca redimirse de un pasado marcado por la explotación sexual a menores y la inseguridad. 

“Hemos trabajado duro para cambiar la imagen de Taganga como un destino turístico seguro, y este tipo de situaciones nos hace retroceder años de esfuerzo”, expresó Briseño.

El dolor se mezcla con la frustración. “Este hombre se mostraba como un extranjero más, alguien que venía a disfrutar de nuestra tierra y aportar al turismo. Nunca imaginamos lo que escondía”, añadió.

Hoy, la habitación del hostal está vacía, pero los ecos de lo ocurrido persisten. Taganga, como tantas otras comunidades, debe enfrentarse al peso de la tragedia mientras trata de encontrar formas de sanar. 

Para la niña wayuu y su comunidad, la lucha apenas comienza. No se trata solo de justicia en los tribunales, sino de reparar una fractura que trasciende lo individual y se instala en lo colectivo.


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