El veterano con discapacidad fabrica juegos incluyentes con sus propios recursos en parques de la ciudad


Raúl Novoa, funcionario de la Universidad del Magdalena con movilidad reducida, construye columpios incluyentes y repara aparatos ortopédicos con sus propios medios para construir una ciudad accesible.

Raúl Novoa no espera aplausos ni menciones honoríficas. Tampoco financiamiento, aunque lo necesita. Lo suyo es más profundo: una convicción que no se mide en likes, sino en sonrisas, en movilidad recuperada, en niños que por primera vez se suben a un columpio sin sentirse excluidos.

Es funcionario de la Universidad del Magdalena, y vive con una discapacidad motriz que nunca le impidió moverse hacia donde más se lo necesita. Desde su modesto taller, repara y fabrica aparatos ortopédicos para quienes no pueden pagar un bastón, una silla de ruedas o un caminador especializado. Su lista de beneficiarios no es corta: son decenas de familias que han encontrado en él la ayuda que nunca llegó del sistema.

Ahora se dispuso a crear un columpio. Un objeto simple, casi infantil, que se ha vuelto símbolo de inclusión en Santa Marta. Raúl es el creador de los únicos columpios incluyentes en la ciudad. No los vende. No los dona una fundación. Los construye con sus propias manos y los instala en los parques públicos.

Esta semana, con motivo del cumpleaños 500 de Santa Marta, Raúl volvió a hacerlo: construyó el segundo columpio incluyente del distrito y lo instaló sin apoyo institucional. “Ojalá la administración me apoye en esta bonita labor… si no, poco a poco lo vamos haciendo con mis pocos recursos”, dijo, mientras ajustaba los pernos del columpio, justo antes de presenciar un momento que justifica todo su esfuerzo.

Una mujer, también con discapacidad, se sentó por primera vez en un columpio. Sonrió. “Es la primera vez que me subo a un columpio gracias a esta bonita labor del señor Raúl”, dijo conmovida. Un gesto sencillo, pero potente: era más que un juego, era pertenecer.

Raúl quiere que cada parque de Santa Marta tenga al menos uno. No es una petición desproporcionada, pero sí parece una utopía en una ciudad donde la inclusión todavía no se prioriza en los presupuestos. Mientras tanto, él sigue soldando sueños en su taller, rodeado de tornillos, madera y metal, lejos del protocolo y la burocracia, pero cerca de lo esencial.

Su mensaje es claro: la inclusión no es caridad ni buena voluntad. Es un derecho. Y si el Estado no lo garantiza, Raúl seguirá construyéndola, columpio a columpio, como pueda, hasta que todos tengan un lugar donde también puedan balancearse, sin barreras.


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