
Colombia no juega a nada: el grito desesperado de una afición que ya no cree
El empate sin goles ante Perú en casa destapó una crisis profunda en la Selección Colombia. Sin juego, sin ideas y con un técnico cada vez más cuestionado, el equipo se aleja de la clasificación directa y la hinchada exige un cambio urgente.
La tarde estaba puesta para celebrar. Las tribunas teñidas de amarillo, la gente con la esperanza intacta y el himno con fuerza en cada rincón del estadio. Pero bastaron unos pocos minutos de juego para que la ilusión se desvaneciera y el murmullo de la frustración empezara a tomar forma. Porque esta Selección Colombia no juega a nada. Y eso, ya no se puede ocultar.
El empate 0-0 frente a Perú, en condición de local, fue más que un mal resultado: fue una fotografía cruda de una selección sin alma, sin ideas, sin identidad. El equipo de todos, ese que alguna vez emocionó y despertó orgullo, hoy camina sin rumbo por las eliminatorias, y lo que antes era esperanza, hoy es duda. O peor: resignación.
El libreto de siempre se repitió. Jugadores que corren sin destino, un técnico que no encuentra respuestas y decisiones tácticas que desconciertan. El once inicial, con nombres como Jhon Jáder Durán, generó desde el principio el rechazo de una afición que ya no perdona. En la cancha, Durán fue más problema que solución: desordenado, apático, desconectado. Y como él, varios.
Colombia se mostró imprecisa, sin profundidad, sin reacción. Ni siquiera el hecho de jugar en casa en el Metropolitano, con el apoyo de su gente, bastó para despertar a un equipo que parece sumido en una espiral descendente. Mientras tanto, las demás selecciones aprietan el paso. Y Colombia, atrapada en su propio laberinto, se acerca peligrosamente a la zona de repechaje.
La reacción de la afición no se hizo esperar. En redes sociales y en las tribunas, el clamor fue unánime: “¡Que se vaya el técnico!”. La paciencia se agotó. Muchos exigen una “limpieza” en el grupo, una renovación urgente que deje atrás a quienes no rinden, a quienes ya no tienen nada que aportar. La sensación es que el tiempo se acaba y, si no se actúa ahora, el Mundial podría escaparse antes de lo previsto.
En el rostro de los jugadores, al final del partido, no había rabia ni tristeza: había desconcierto. Tal vez porque ni ellos mismos saben a qué juegan. Tal vez porque ya no hay un liderazgo real, ni en el banquillo ni en la cancha. Solo queda el eco de una hinchada que grita, que ruega, que exige. Porque aún quiere creer. Pero sabe que, así como están las cosas, el sueño de clasificar se esfuma con cada presentación.
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