Murió el papa Francisco: el adiós al pontífice que cambió la historia de la Iglesia


A los 88 años y tras 12 años de papado, falleció Jorge Mario Bergoglio, el primer papa latinoamericano y jesuita. Su legado de humildad, inclusión y reforma transformó el rostro del catolicismo.

A las 5:35 de la mañana del lunes 21 de abril de 2025, el mundo católico se estremeció con una noticia que marcará la historia: falleció el papa Francisco. Jorge Mario Bergoglio, el primer pontífice latinoamericano y jesuita, murió en su residencia del Vaticano, a los 88 años, tras luchar por más de un mes contra una neumonía bilateral que lo mantuvo hospitalizado en el Hospital Gemelli de Roma.

El papa Francisco, en una audiencia reciente. EFE/EPA/Riccardo Antimiani

La confirmación llegó desde la Santa Sede, en un mensaje solemne del cardenal camarlengo Kevin Joseph Farrell, quien anunció oficialmente la muerte del pontífice que transformó la Iglesia con gestos sencillos, palabras profundas y decisiones valientes. De inmediato, la plaza de San Pedro comenzó a llenarse de fieles, en un silencioso y multitudinario homenaje a quien será recordado como «el Papa del pueblo».

Francisco no solo rompió moldes desde el momento en que apareció por primera vez en el balcón de la Basílica, saludando con un “buenas tardes” que desarmó los protocolos del Vaticano. Durante su papado, iniciado en marzo de 2013, desafió estructuras anquilosadas, condenó con firmeza los abusos sexuales dentro del clero, pidió una Iglesia pobre para los pobres y tendió puentes con el islam, el judaísmo, los no creyentes y los marginados.

Su última aparición pública, durante el Domingo Santo, fue un símbolo de su entrega: frágil, pero de pie, bendiciendo a los miles que lo escuchaban en silencio desde la plaza. Ya entonces se hablaba de su delicado estado de salud, pero pocos imaginaban que sería la despedida final.

Durante 12 años de pontificado, el argentino que eligió llamarse Francisco —en honor a San Francisco de Asís, símbolo de la humildad y el amor por la creación— dejó una huella indeleble. Promovió reformas internas que sacudieron los cimientos de la burocracia vaticana, se pronunció con claridad sobre el cambio climático, la desigualdad y los derechos de los migrantes. Nunca rehuyó los temas incómodos. Prefirió los gestos sencillos a los discursos grandilocuentes. Y en cada viaje, en cada audiencia, se esforzó por estar cerca de los que nunca tienen voz.

Con su partida, se ha declarado sede vacante, y el camarlengo ha asumido la dirección temporal de la Iglesia hasta que el próximo cónclave elija un sucesor. El mundo entero, no solo los católicos, se detiene hoy para recordar al hombre que llevó la sotana blanca con la dignidad de quien sirve, no de quien manda.

Roma llora, pero también celebra el legado de un líder espiritual que supo hablar con el corazón, que no tuvo miedo de cambiar, de escuchar y de pedir perdón. El papa Francisco murió, pero su voz —su inconfundible acento porteño, su sonrisa humilde y su firmeza moral— seguirá resonando por generaciones.


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