“El Clan del Golfo es el mayor empleador de jóvenes en el Magdalena”: la grave denuncia de Norma Vera


Investigaciones y testimonios revelan que el Clan del Golfo ha convertido el reclutamiento juvenil en su principal estrategia de expansión territorial en el Magdalena, enfrentándose a grupos rivales como Los Pachenca y Los Primos.

En los barrios más olvidados de Santa Marta y en los municipios sumidos en la pobreza extrema del Magdalena, el futuro de muchos jóvenes se juega a una sola carta: unirse a la guerra o ser devorado por ella.

«El Clan del Golfo es el más grande empleador de jóvenes en el territorio a través del reclutamiento forzado», advierte la defensora de derechos humanos Norma Vera Salazar.

Su denuncia no es nueva, pero sí más contundente que nunca: cada vez más adolescentes son absorbidos por esta máquina criminal, en la que la promesa de dinero fácil y poder se convierte en una trampa mortal.

El Clan del Golfo —o Autodefensas Gaitanistas de Colombia— ha extendido sus tentáculos en todo el Magdalena, fortaleciéndose con una estrategia tan efectiva como despiadada: el reclutamiento masivo de jóvenes desde los 17 años.

A cambio, les ofrecen sueldos base y la posibilidad de ascender dentro de la organización, según sus «méritos» en asesinatos, extorsiones y tráfico de drogas. Pero la realidad es otra. El camino dentro del crimen no lleva al poder ni a la riqueza, sino a una muerte prematura y violenta.

De la pobreza a la guerra
En las periferias de la ciudad, donde la necesidad es la única certeza, las redes del Clan del Golfo saben a quién buscar. «Van por los más vulnerables, los que tienen hambre, los que no ven otro futuro», señala Vera Salazar.

No es difícil convencer a un joven que ha crecido entre la violencia y la desesperanza. En los municipios más golpeados, la falta de oportunidades convierte a estos adolescentes en presas fáciles. La familia, a menudo, se convierte en espectadora de una elección que no tiene retorno.

Uno a uno, los jóvenes reclutados entran en una guerra que no les pertenece. Enfrentan a Los Pachenca y Los Primos, sus principales enemigos en la disputa por el control territorial. El resultado de estas batallas se mide en cadáveres. No es raro encontrar cuerpos abandonados con carteles que anuncian su bando y su destino: «Así mueren los traidores». Muchos de ellos, hasta hace poco, eran simples adolescentes que soñaban con otra vida.

Marcados por la muerte
El horror no termina con la muerte. Las familias que un día vieron partir a sus hijos, muchas veces sin siquiera saberlo, terminan recibiendo noticias devastadoras.

Aparecen asesinados, con señales de tortura y un mensaje que deja claro que la guerra no ha terminado. «Los marcan como trofeos, como si fueran piezas de caza», lamenta un líder comunitario de Pivijay.

Los cuerpos quedan a la vista, como una advertencia brutal para los demás. En las calles de Santa Marta y los pueblos del Magdalena, los rumores corren rápido.

«Ese era fulano, se metió a trabajar con el Golfo y mira cómo terminó», murmuran los vecinos. El miedo es una sombra permanente. En los hogares, las madres lloran en silencio; los padres, impotentes, bajan la cabeza. En los barrios, la lección es clara: quien entra a la guerra, no sale.

Mientras tanto, el Clan del Golfo sigue creciendo, reclutando más jóvenes, alimentando la maquinaria del crimen con vidas que pudieron haber sido distintas.


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